Me preguntas cómo llegué hasta aquí y
no lo sé, no tengo la respuesta, tampoco la busco. Podría inventar alguna si
eso otorgara paz a tu alma que percibo torturada; podría contarte una historia,
soy buena para crear ficciones, poseo el
dominio de la retórica.
Podría decirte que mis ojos se
cerraron cuando la luz hirió mis retinas y ya no pude ver el sol; aconteció
entonces que me desvanecí. Cuando la oscuridad me envolvió caía en un abismo de
horror entre las fauces desdentadas de
la desesperanza y fue en ese preciso
instante de pletórica angustia que una luz refulgente me encandiló. Apareció
como asidero para detener mi caída libre. Provenía de un ángel, un enorme y
bello ser de luz. Su visión me hechizó, me dejé tomar por sus brazos que me
elevaron y transportaron a este tenebroso fangal en el que nos encontramos,
justamente ahora, tú y yo. Pero si he de ser fiel a mí misma, debo decirte,
hombre de las tinieblas, que no fue así como sucedió.
El dilema es que no hallo las palabras
precisas que te ayuden a comprender que no soy una usurpadora de tu universo en
sombras, ni tan siquiera la entelequia que tu mente imagina para sobrellevar
esta soledad que te aliena, según me dices, hace muchos años.
Sólo sé que estoy aquí, y que ni esta
lobreguez ni tu aspecto de náufrago que perdió la brújula hace siglos, me
asustan. No importa que la apatía haya revestido tu piel, tus uñas, tus huesos
quebrantados, tus alas marchitas. No, no es eso lo que atrae mi atención, sino
la ternura unificada con el miedo en tu mirada, mixtura que conjeturo, poco y
nada tienen que ver con tu fachada que a cualquier mortal haría huir
amedrentado.
Me miras aturdido; mi tez blanca, mis
cabellos de oro, mis ojos cristalinos sin iris ni pupilas, ojos ciegos que no
pueden más que vislumbrar la cerrazón de tu entorno, te confunden, te piensas
orate ¡Tantos años en este cruel paisaje!
¿Es una orquídea que pintada por mis
traviesas manos, en mi obnubilada percepción, toma forma femenina? Te preguntas
con recelo; pero no, asientes instintivamente, la hembra que esperabas, esa que
aguardabas que viniera por ti, no puede tener un áurea tan puro; no, tú supones un espécimen demoníaco porque
siempre fue así en tus sueños y no una,
sino tres, tres féminas de ojos metálicos, predestinadas a hostigarte,
atormentarte, paralizarte, socavando
cada nervio de tu organismo, imposibilitando que divises ese pequeño haz de luz
que se infiltra caprichosamente y no puedes verlo puesto que tu mirada sondea
la mía en busca de una explicación. Empero, no son mis ojos la luz, ellos,
escuetamente expresan lo que hay en tu interior pero te niegas a admitirlo. Tú
reclusión, la penumbra, son el seguro
que te resguardan de un mundo horrendo. Lo sé, porque para serte sincera,
ahondando en tu esencia complicada, de un modo impensado, encuentro la
contradicción de este desatinado estado de consciencia.
Debes saber, hombre de las tinieblas
que llevo más de mil años viviendo entre la engañosa claridad del día.
Pretendía que era feliz o al menos
quería creerlo, ponía todo mi empeño en el intento por merecerlo pero eran tan
fugaces aquellos instantes, que apenas si eran pequeñas fábricas de sonrisas,
tan esporádicas que no alcanzaban para decir: Soy feliz. También yo era un ser
acongojado en la esfera alba. Allí todo se ve con mayor claridad y por más que
no se quiera, las cosas son como son y se ven tal como son.
Me dices que nunca viste la luz y sí,
lo has hecho pero no lo recuerdas. Presta atención porque de allí vengo y tengo
autoridad para hablarte con rectitud. Podría hacerlo mas no lo deseo. No deseo
hablarte de un mundo donde impera la barbarie, donde la vida no tiene más valor
que un puñado de centavos, que el anhelo de poder predomina sobre la necesidad de amar, que se pisotea al débil,
que no se le tiende la mano porque es más conveniente hundirlo en la miseria y
la ignorancia; es el modo que tienen las mentes estrechas de almacenar lo
confiscado.
No son numerosos los que despliegan la
daga que penetra en las entrañas y cercenan las ideas. Son más cuantiosos los
otros, víctimas de sus iniquidades, los multiplican por millones. Ellos, los
mutilados, carecen de valor para sublevarse. Podrían hacerlo, hombre de las
tinieblas, podrían los postergados del mundo tomarse de las manos como eslabones
de la gran cadena de amor universal pero no pueden.
Me preguntas por qué y mi respuesta es
una: Porque como tú, se ocultaron tras sus desasosiegos, se guarecieron en sus
madrigueras, comprimiendo los párpados para no ver más allá de la extensión de
los muros que les obstruyen la salida, esa que tú encontraste y osaste
atravesar… empero…erraste el camino. Te juzgabas un orate, un irreflexivo, un
inmolado ido. Apartaste la puerta y con la cabeza gacha avanzaste sin rumbo
hasta llegar a esta turbadora zona donde no hay duendes ni geniecillos sino
seres de la oscuridad. Acaso sea esa la
razón de que no hallaras la paz, y no obstante te sentiste protegido a pesar de
tus constantes batallas con tus propios demonios, con esos asustadores que tú
mismo creaste porque ellos no son reales, al menos no como los del mundo del
que también deserté.
Ahora todo parece más racional; creo
haber dado con la respuesta a este intrincado asunto de mi advenimiento a tu
mundo: ES DESIGNIO DE DIOS ¿Recuerdas
que hay un DIOS?
Es cierto, me lo dijiste. Fue ÉL quien
te sostuvo con vida durante todos estos años de abandono y auto confinamiento
pero no entendiste su cometido. No fue su propósito traerte hasta aquí para
crear mundos mortecinos. ÉL quería que distingas los matices que del blanco y
del negro se desglosan: Azules hondos como el mar; celestes de cielos diáfanos
que en un soplo se tornan grises; naranjas como el crepúsculo; rojos como el
ocaso mientras da riendas sueltas la pasión; amarillos como el trigo, vigas de
oro prevaleciendo en el verde de los campos. Esperaba que develaras que entre
la luminosidad y la opacidad, ambas amalgamadas, se desgajan las más sublimes
tonalidades.
Obscuridad tú, claridad yo, no podemos
fragmentarnos sin extraviar el sentido. Mira una vez más mis ojos pero hazlo
con el corazón ¿Poseen pupilas e iris? ¿Consigues ver su luz? Por supuesto, la
estás viendo, cayeron los cristalinos sin vida que enlutaban tu mirada.
No inclines la cabeza, írguete en tu
dignidad aún no escindida y vuelve a mirar mis ojos pero hazlo sin temor porque
ellos son los portadores de la luz de tu razón.
¡Ay, cómo se engrandece tu voz, hombre de las tinieblas, mientras tu espíritu
se fortalece ante mi recompensada sonrisa!
Dame la mano, hombre de las tinieblas,
no tiembles, aférrate a mí, renunciemos al pantano y engendremos esos mundos
mágicos que en tu mente se aglutinan y
mi presencia los transporta compensando al mundo de tantas adversidades,
dejando al descubierto lo que en cada alma se oculta.
Seamos Adán y Eva despojados de
ropajes confeccionados con sangre; consumemos la pasión que la naturaleza demanda. Tú germinarás mis
entrañas y de ella brotará la magia de tu estirpe divina, hijos
paridos sin dolor ante quienes se postre el mundo. Sin Abeles ni Caines; sin serpientes ni
manzanas. No más lloros ni penurias ¡LA NATURALEZA VUELVE A ESTAR AL SERVICIO
DEL HOMBRE! No te resistas, no sueltes mi mano, salgamos de este tremedal ¡No
te demores! Dile adiós para siempre al hábitat de los demonios, pronto será
territorio de los poderosos y no querrás
verlos con los brazos extendidos, asidos a la nada mientras los devora el
pantano.
Autora: Myriam Jara- Navegante
Literaria
(Protegido en el Registro Nacional de
los Derechos de Autor)
De mucho gusto, amiga. Me resulta bien poética.
ResponderEliminarBeso
Claro, Pichy, he cuidado mucho el lenguaje, pasé meses estudiando el castizo de la época de la invasión árabe, pero obviamente adaptándola a la época actual para que sea legible. Muchas gracias por tu constante presencia. Besos
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