Toda
la semana haciendo changas, juntando cartón, cortando el césped de la gente
rica. Llegaba a casa, agotado pero feliz. Les había prometido a mi señora y mis
cuatro hijos que iríamos a festejar el bicentenario. Estaban entusiasmados ¡Si
hasta iban a poder comer un pancho!
Claro,
se viajaba gratis por esos días ¡La patria estaba de fiesta! Y razón que tenía,
ahora somos libres, no dependemos del rey, vivimos en democracia. Qué sé yo, me
tocó el corazón ver tantas banderas colgando de los balcones.
La
gente festejaba y pensé “Nosotros somos pobres pero también argentinos y algún
día tendremos una casita de verdad, no como esta que a fuerza de pulmón, con
chapas y algo de ladrillos, conseguí construir” Como sea, es nuestra casita, no
vivimos en la calle, tenemos un techo para cobijarnos.
Nos
tomamos unos mates con la vieja, le dijimos a los pibes que se vistan y nos
fuimos a tomar el tren y después un colectivo.
Yo
acariciaba el bolsillo del pantalón, ahí estaban los pocos pesos que había
juntado, no veía la hora de llegar y zambullirme en la multitud. Compré
banderitas para que los chicos no se sintieran menos que los otros. Asombrados,
miraban con los ojos dilatados, el cabildo iluminado, las calles vestidas de
celeste y blanco. Bailaban al son de la música mientras mi compañera y yo, nos
apretábamos las manos y nos mirábamos con ojos llorosos. Créanme, era una
emoción auténtica. Ese día no había ricos y pobres, todos éramos argentinos y
eso era lo único que importaba.
El
cielo comenzó a cubrirse de nubes pero no nos dimos cuenta hasta que las
primeras gotas mojaron nuestras ropas. Cuando la lluvia se hizo intensa y el
viento agitaba las banderas que se enredaban en las copas de los árboles, pensé
que sería mejor que regresáramos, la vuelta era larga y complicada, los chicos
ya habían visto suficiente, comieron sus panchos y yo había cumplido mi
promesa.
Cuando
bajamos del tren se nos hizo peliagudo esto de caminar sobre la calle de
tierra. Al fin llegamos. No podía creer lo que veía, mis ojos se cubrieron de
lágrimas, mi cuerpo se sacudía convulsivamente, el grito traspasó mi garganta
expulsando la angustia en un furioso aullido. Mi casa ya no estaba, en su
lugar, un montón de chapas y cartones que se aglutinaban sobre los ladrillos
que habían conseguido mantenerse en su lugar. Miré a mis hijos, sus caritas
asustadas, mi mujer temblando de frío y dolor “¡Maldita lluvia! ¿Maldita
lluvia?”
Pensé
en las gentes que cubiertos con paraguas corrían a sus casas a tomar un plato
de sopa caliente, encender el hogar, darse un baño, ponerse ropa seca para
sentarse frente al televisor y seguir disfrutando de la fiesta a través de la
pantalla.
Lástima,
no llegamos a gritar ¡VIVA LA
PATRIA !...
MES
DEL BICENTENARIO
Siempre amiga al mal tiempo buena cara, yo adoro la lluvia y si estoy festejando algo doblemente feliz. Eres un cielo y aprecio mucho tu amistad.
ResponderEliminarBesitos de luz siempre para ti amiga mía, y pasa un lindo fin de semana.
También amo la lluvia, amix, pero creo que para el personaje de mi ficción es una maldición. Muchas gracias por la visita. Besos, te quiero so much
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